Es cierto que la visión eficientista en la educación tuvo efectos muy profundos en la concepción del papel del maestro y su formación, la escuela-fábrica llevó a plantear que los maestros debían desempeñar una tarea específica, muy concreta; producir “objetos-alumnos en serie”. Este fenómeno no sólo implicó la utilización de conceptos y prácticas de la organización científica del trabajo en el mundo de la educación, fue parte de una nueva transformación del trabajo y del capitalismo a nivel global; por ello no fue casualidad que la “pedagogía por objetivos” se pusiese de moda justo cuando las fábricas transitaban a un mundo postfordista (la organización toyotista del trabajo y la producción), permitiendo una flexibilización del trabajo y, sobre todo, librar a las fábricas de la espinosa tarea de “educar” y “formar” a sus obreros. De esa manera la educación se subsumía a la lógica del mercado y del capital. Las escuelas debían “educar” y producir a los nuevos obreros.
A este fenómeno se sumó las reformas neoliberales emprendidas en varios países de América Latina y el Caribe en la década de los 90, los cuales terminaron incidiendo en gran medida la concepción que se tenía sobre la educación. El modelo educativo adoptado por diversos países quebrantó el papel del educador y su formación; la pedagogía y la didáctica se convirtieron en un asunto de especialistas y los maestros en “obreros” con un trabajo estandarizado y repetitivo.
La capacitación y formación permanente de maestros y maestras fue sustituida por pequeños programas de formación, en muchos casos ofrecidos por servicios privados que se preocupaban por otorgar “certificados de participación” a los educadores sin garantizar procesos de profesionalización. Es decir, como menciona Adriana Puiggrós, el Estado renunció a su responsabilidad de formar al sujeto educador y las reformas implementadas en el ámbito educativo eran pensadas “a prueba de profesores”.
Sobre esta problematización, el IIICAB busca y promociona que la formación pedagógica-didáctica inicial y continua de las/los educadores debe ser asumida de manera integral, cooperativa y colaborativa, incluyendo una formación intercultural que permita desarrollar una percepción más compleja tanto del contexto social y cultural de los educandos como de los alcances de la acción educativa.
Se trata de avanzar en el concepto de la educación como proceso dialógico y que se desarrolla dentro de una pluralidad de formas de comprender el mundo, los valores y los saberes. Por otro lado, se plantea la necesidad de emprender procesos de formación y capacitación de otros actores relacionados con los sistemas educativos de nuestros países. Nos referimos a las estructuras de padres de familia, comunidades indígenas y afrodescendientes, movimientos sociales y colectividades culturales que conforman el universo de la educación. La inversión de esfuerzos y recursos que se realicen con estos actores contribuirá a complejizar y enriquecer las condiciones de posibilidad para construir una educación desde y para nuestros pueblos, una educación con identidad propia.